Bueno acá les traigo un relato que realice para el
Reto San Valentín que organizo
Jonaira en su blog
"Desde mi caldero" y en el cual tuve el honor de participar.
Me dio este hermoso certificado por mi participación:
Si desean leer y descargar el recopilatorio de relatos. Pueden hacerlo----)
AQUÍ
Nota: tiene algunas correcciones en cuanto al relato original, pero eran necesarias (probablemente aún haya más que corregir ;))
Ella
Sus manos sudaban
profusamente, el olor a habitación estéril le abnegaba las fosas nasales. Sentía
un calor abrazador, pero tenía para congelar su cuerpo, al frío de la incertidumbre.
En su cabeza repiqueteaba sólo una pregunta, como un pájaro carpintero clavado
en sus sesos, ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?
No había una
respuesta, no una que la satisficiera, sólo había una sensación, dolor. Tan
común para ella, que ya empezaba a creer que a sus diecinueve años no había
conocido otra cosa. Era un dolor desgarrador, pero necesario, indispensable
para no terminar quebrándose, para no dar paso a la humillación; porque si lo
hacia, si se dejaba cubrir por ésta, se derrumbaría allí. En ese cuartucho apestoso
a desinfectante. En esa habitación de paredes blancas que la ahogaba a cada
minuto que pasaba y, la encerraban aún más en su pequeño mundo.
La canción
continuaba, ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué? Nunca cesaba, no lo había hecho
desde que la pesadilla había comenzado. Llevaba meses haciendo casa en su
cabeza, como un tatuaje en cada una de sus neuronas, el himno de sus células
grises, la insensible letanía. ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?
Ya no buscaba
una respuesta, ¿para qué serviría? Su dolor no mitigaría, la pena que
acompañaba a ese canto ensordecedor que sólo ella oía, no desaparecería porque
buscase una explicación, a una acción que la había marcado para siempre. Nada
de lo que hacia en los últimos tiempos parecía hacerlo.
Bajo la
mirada a sus dedos de uñas comidas, extendidos sobre su regazo. A sus manos débiles
que no pudieron evitar el daño, que no pudieron defenderla de la vejación. Cerró
los ojos tratando de que la pesadilla no apareciera nuevamente; al final de
nada servia, la encontraba y la arrastraba a revivir aquello qué, primeramente,
no debió vivir.
Podía ver
claramente como en una macabra escena en cámara lenta, los golpes que venían,
la agresividad diseminada en los ojos de esa bestia que una vez dijo llamarse
hombre. Podía sentir la saliva sobre su cara, la mano que parecía cortar su
respiración a cada apretón brutal a su garganta. Aún escuchaba los jadeos corrompidos,
los desgarrones de su ropa y, luego nada, el vacío. Era peor aun que sentir y a
la vez una bendición, un producto nacido de su desesperación.
Sabia en lo
más profundo de su ser, en lo poco incorruptible que quedaba de su alma que se
estaba perdiendo en ella misma, que esas manos vacías que miraba ahora con ojos
nublados e insomnes para cualquiera que
la detallara de cerca, no le servirían de nada nuevamente. No la ayudarían a
salvarse así misma, a recuperar a la chica despreocupada y tranquila que una
vez creyó ser.
Un pequeño
eco estaba abriéndose paso en el interrogatorio perpetuo de su cabeza. Era la
duda. La pequeña voz que le preguntaba si había hecho lo correcto o no, si había
valido la pena al final, el haber venido a este lugar estéril a que manos
desconocidas hurgaran nuevamente en ella. Esta vez con menos violencia, pero no
por ello menos insensibles.
Miro hacia la
parte baja de su abdomen, sabia que ya no había nada allí. Ella había estado
mirando en todo momento con dientes apretados, con una especie de curiosidad
morbosa, como si el espectáculo no hubiese tenido que ver con ella.
No había
querido saber nada después de que terminasen, ni género, ni reconocimiento,
nada para la vida que ella no había pedido cultivar en su interior.
Cerro los
ojos nuevamente, dejándose arrastrar por el benemérito cansancio del sueño que
esperaba quizás no apacible, pero si anestésico.
Pudieron ser
minutos como quizás horas los que pasaron antes de que los murmullos se filtraran
en su semiinconsciencia. Se mantenía en ese estado entre el sopor y la
conciencia, que aparece poco antes de despertar completamente. No deseaba abrir
los ojos y ver nuevamente la realidad; se sentía extraña, más en paz de lo que
había estado en meses, anhelante de que no la arrancaran de ese dulce momento,
ese pequeño e inesperado regalo.
Un suave peso
cubrió sus manos vacías y en reposo. Los leves ruidos comenzaron a manifestarse
más altos, repetidos. Sabía que ya no estaba sola en la habitación.
“Aún no” —quería pedir— “sólo déjenme un rato más” —pero no lo consiguió.
Abrió los
ojos parpadeantes a la mortecina luz de la tarde que se filtraba por el cuarto,
que ahora sentía ella, más fresco que antes.
Su mirada se
aclaro mientras enfocaba el pequeño bulto en sus manos. Pánico filtrándose por
sus venas al ver la pequeña carita arrugada de una niña. Una niña muy despierta
que no le quitaba los ojos de encima, como si de una extraña manera la
reconociese y, sólo esperaba que ella reparara en su presencia.
Sus manos
comenzaron a temblar, victimas de la incertidumbre. No podía quitar los ojos de
ella. Tan diminuta, calva y de ojos oscuros como los suyos.
Pasaron los minutos hasta que pudo darse cuenta que a parte de ellas dos
no había nadie más. Quizás éste era el momento que esperaba, quizás ahora podía
irse sin que nadie la viese, podía dejarla en medio de la cama y nadie…
Sus frenéticos
pensamientos fueron cortados con una hoja certera, al sentir el tacto suave e
inesperado. Volvió a ver a la niña y se fijo en uno de sus dedos, encerrado en
la manita diminuta de la criatura. Su respiración se corto para dar impulso a
un jadeo. Miro los ojos de la niña tan fijos en ella, como pidiendo
reconocimiento.
“Soy yo —decían—mírame”. Y ella lo hizo.
La observo, incrédula
por sus propios sentimientos. Podía sentir que algo muy dentro en su interior
se rompía, mientras una lagrima gruesa y silenciosa le bajaba por la mejilla,
empapando la suave frazada. Y allí, en esa sala estéril de paredes blancas, sintió
lo que nunca creyó volver a sentir, amor. Inesperado, fulminante, de la nada,
pero aun así era amor. Y sé dio cuenta, con una claridad elocuente, de que éste podía ser tan increíble, tan mágico
que podía filtrarse por la rendija más diminuta del pensamiento humano, y
hacerse casa en un segundo. Que podía nacer de algo tan ajeno a él mismo, como
la violencia. Ella, viendo esa cara diminuta de facciones irreconocibles,
encuentro la respuesta a su porque: “Porque ella lo valía”. El amor no
justificaba lo que había sucedido, nada tenía que ver con ello, pero al final, viéndola
a través de las lágrimas, se dio cuenta que si lo valía.
Ariusk
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